lunes, 26 de octubre de 2009

Carisma.

Abrazamos la vida religiosa en amistad y servicio de Jesucristo, a imitación y con el patrocinio de la Virgen María, cuya forma de vida, de fe y sencillez, de unión íntima con Jesús y su causa, constituye para nosotros el modelo interior. Nuestra vocación aspira a la unión con Dios por el camino de la contemplación y del fervor apostólico indisolublemente hermanado, formando una comunidad fraterna, signo de comunión en el mundo. La oración, que es vida de oración y oración de vida, se alimenta con la escucha de la Palabra de Dios y la liturgia y con “los gozos y esperanzas, las tristezas y las angustias” de la Iglesia y de la humanidad. Un camino de fe, esperanza y amor.

El carisma es un don que proviene de Dios y es dado a la Iglesia para el mundo. Puesto que a veces el don se refiere a una Orden Religiosa, se dice que tal don ha sido dado por Dios a un individuo o a un grupo, para una nueva familia religiosa en la Iglesia. Este regalo se transmite por los siglos y se enriquece por cuantos son llamados a vivirlo. El carisma de cada familia religiosa es el modo particular con el cual sus miembros son llamados a seguir a Cristo. Ya que todos los cristianos siguen a Cristo, los carismas tienen muchos elementos comunes, pero el modo con el que se presentan más relevante da a cada grupo religioso su impronta particular. La Iglesia ha invitado a todas las familias religiosas a redescubrir el propio carisma originario y de hacerlo vivo en cualquier cultura y en cualquier tiempo.

El carisma de la Orden del Carmen es el regalo de Dios dado a los primeros ermitaños reunidos junto a la fuente del Profeta Elías en el Monte Carmelo, al final del siglo XIII. La Orden del Carmen no conoce un fundador, pero ha nacido del deseo de aquellos primeros eremitas de vivir en obsequio de Jesucristo con corazón puro y recta conciencia. Ellos pidieron a San Alberto, Patriarca de Jerusalén, que les escribiera para ellos una fórmula de vida (c. 1206 - 1214) en conformidad con su ideal.

La Regla de San Alberto y la experiencia vivida por los Carmelitas, mientras han buscado ser coherentes con ella en varias ocasiones, ha dado una forma definitiva al carisma. Podemos decir que el carisma carmelita se compone de varios elementos. El primero, y el más importante, es el seguimiento de Cristo con dedicación total. Los Carmelitas alcanzan este ideal con la formación de comunidades contemplativas al servicio del pueblo de Dios en medio del cual viven. Por tanto, para todos los Carmelitas la fraternidad, el servicio y la contemplación son los valores esenciales de sus vidas.

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