domingo, 4 de octubre de 2009

Familia Carmelitana.

La multiforme encarnación del carisma del Carmelo es para nosotros motivo de alegría y confirmación de una fecundidad creadora, vivida bajo el impulso del Espíritu, que hay que acoger con gratitud y discernimiento. Todas las personas y grupos, institucionales o no, que se inspiran en la Regla de San Alberto, en su tradición y en los valores expresados en la espiritualidad carmelita constituyen en la Iglesia la Familia Carmelitana.

Tales somos nosotros y nuestros hermanos de la Antigua Observancia, las monjas de una y otra rama, las congregaciones religiosas agregadas, las Terceras Órdenes seculares, los institutos seculares, los asociados a la Orden por medio del santo Escapulario y los que, por cualquier otro título o vínculo, gozan de la agregación a la Orden y aquellos movimientos que, si bien jurídicamente no forman parte de ella, buscan inspiración y apoyo en su espiritualidad, al igual que todo hombre y mujer que se siente atraído por los valores vividos en el Carmelo.

“Vivir en obsequio de Jesucristo y servirle fielmente con corazón puro y buena conciencia”: esta frase de inspiración paulina es la matriz de todos los componentes de nuestro carisma y la base sobre la que Alberto construyó nuestro proyecto de vida. El peculiar contexto palestino de los orígenes y la aprobación de la Orden en su evolución histórica por parte de la Sede Apostólica han enriquecido con nuevos sentidos inspiradores la fórmula de vida de la Regla. Los Carmelitas viven su obsequio de Jesucristo, comprometiéndose en la búsqueda del rostro del Dios vivo (dimensión contemplativa de la vida), en la fraternidad y en el servicio (diakonía) en medio del pueblo.

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